domingo, 29 de septiembre de 2013

Para el trabajo de mitología griega.

Trabajo sobre la Ilíada y la Odisea del poeta griego Homero.

Lean el resumen de los mitos y resuelvan las siguientes consignas.

1
¿Cuáles son, según el relato de Homero, las causas que impulsaron la guerra de Troya?

2
Según la información de la página 121 del libro, ¿Cuáles son las causas de la guerra de Troya?



Busca a Helena, y conoce a Penélope
Penélope, en la mitología griega, hija de Icario, rey de Esparta, mujer de Ulises, rey de Ítaca, y madre de Telémaco.. 
En la vida de Ulises falta alguien. Alguien que le otorgue calma en las horas de angustia y alivie el peso de su soledad. Para cumplir los designios del Destino, él necesita una compañera.
Elige la mujer más bella de Grecia; Helena, hija de Tíndaro rey de Esparta. Pero cuando llega allí, dispuesto a pedir la mano de la muchacha, se encuentra con una desagradable sorpresa: Helena tiene tantos pretendientes que para conseguirla tendría que desatar una guerra.
Al saber de la presencia de Ulises en su corte, Tíndaro lo manda a llamar inmediatamente. El rey, nervioso, confiesa a su visitante que teme el comienzo de un grave conflicto, desencadenado por la pasión que su hija ha despertado en tantos hombres al mismo tiempo.
Ulises desiste del matrimonio con la princesa. Pero, apenado por la situación de Tíndaro, imagina un ardid que le sería fatal: El hombre elegido por Helena debería ser respetado por los pretendientes rechazados. En cuanto a éstos prometerían ayudar al elegido  a conservar a su lado a su mujer. 
Tal la condición fundamental para los candidatos a la mano de la bella. O se rendían a la imposición, o perdían la oportunidad de desposar a la princesa.
Con voz grave el rey de Esparta se dirige a la multitud y les comunica el extraño juramento.
Ulises se prepara para dejar la corte de Tíndaro y emprender el viaje de retorno, cuando una figura femenina llama su atención. Es Penélope, prima de Helena, que ha venido a aconsejar a la princesa en indecisión.
Enamorados a primera vista, ambos jóvenes recorren mudos la estancia del palacio. Una fuerza mágica los une en un largo beso. Poco después y como si se conocieran desde hace años parten juntos para Itaca. 
Ni los dioses, ni los hombres, ni el propio Destino podrán separarlos definitivamente. 

Ulises enfrenta una guerra inaplazable
Inclinada sobre la blanca cuna Penélope entona suaves melodías para acunar al pequeño Telémaco.  En el balcón Ulises mira el cielo estrellado. Ni Ulises ni Penélope se imaginan que les aguarda  una tempestad de acontecimientos contarios a la alegría y contrarios al amor.
La noticia no tarda en llegar; Helena ha sido raptada por Paris, príncipe troyano, y su marido Menelao, convoca a todos los guerreros griegos para luchar a su lado (Ulises, mudo de espanto recuerda la estratagema que se ideó para ayudar a Tíndaro, los pretendientes de Helena deberían ayudar al elegido a conservar a su mujer).
¿Tendrá que abandonar su familia y su patria por una guerra que no respeta? Desesperado, intenta simular locura, pero Palamedes lo desenmascara poniéndole a su hijo Telémaco en un momento que simulaba furor y locura que el héroe se ve obligado a interrumpir para no matar a su hijo. Entonces Ulises debe partir.

Penélope ante los pretendientes
Aunque su marido estuvo ausente durante más de veinte años como consecuencia de la guerra de Troya, Penélope nunca dudó de que él regresaría, y mantuvo fidelidad. La cortejaban muchos pretendientes, que llevaban una vida espléndida y cometían excesos en el palacio de Ulises. . Penélope contuvo sus intenciones con el pretexto de que debía acabar una mortaja que estaba tejiendo para Laertes, su suegro. Cada noche deshacía la labor que había completado durante el día y, por este medio, evitaba tener que elegir un marido. Sin embargo, la estratagema se
descubrió al ser delatada por una sirvienta, y los nobles comenzaron a
insistir en una inmediata decisión de matrimonio.
A pesar de los veinte años de agonía y espera, cuenta Eumeo, la reina es aún joven y bella. Y vive asediada por decenas de pretendientes que, seguros de su viudez, quieren casarse con ella. Nada consigue alejarlos de palacio. La diosa Palas Atenea puso en su corazón el deseo de mostrarse a los pretendientes, y aunque algo reticente por no haberse acicalado desde el día en que su esposo partió hacia Troya, su vieja ama la animó a hacerlo. 
Mientras tanto Ulises había regresado a Itaca, disfrazado de mendigo, y
observando la situación.
Al ver al falso mendigo en el umbral de la puerta, los hombres lo abofetean y le arrojan vino en la cara. Llega la noche. Con Telémaco, Ulises reúne todas las armas que consiguen encontrar en palacio y se prepara para el ataque.
Penélope, siempre esperando la llegada del esposo, pero aún sin sospechar que éste sea el forastero andrajoso, entra en la sala donde están los pretendientes y, con una nueva estratagema en la mente,
anuncia que desposará a aquel que consiga tirar la flecha con el arco de Ulises, atravesando doce orificios hechos en otros tantos cabos de hachas puestos en fila.
Traen el arma. Uno a uno, los candidatos intentan tender el arco, pero aún usando de toda su fuerza, nada consiguen. Entonces se aproxima el anciano mendigo. Todos se burlan de su figura grotesca. Lo desafían. El finge gran esfuerzo para tender el pesado arco. Pero alcanza el blanco fácilmente y, después, riendo, vuelve a colocar flechas en el arco y mata uno a uno los pretendientes.
Al saber Penélope de quien se trata, la reina no puede creer en tanto bien, tanta alegría. Como loca, sale corriendo por los salones del palacio en busca de su marido. Lo encuentra sin tardar. Frente a frente, en el centro de la sala, los esposos se miran extasiados. Después lentamente sin hablar palabra entran en el cuarto conyugal. Y se aman como si fuese la primera vez, como en su luna de miel.

Penélope
¿Dónde estarás, amor? ¿Qué extraños mares
surcas bajo la cólera violenta
de vengativos dioses, mientras lenta
cada noche acentúa mis pesares?
Me siento extraña en nuestros propios lares,
sujeta a las presiones y a la afrenta
de cada advenedizo, que acrecienta
su ambición entre copas y cantares.
No tardes, apresura tu regreso,
que se me ha helado ya el último beso,
y mi cuerpo ha olvidado tu calor.
Que estoy, como el fiel Argos, desvalida,
ciega y sorda sin ti, casi sin vida,
pero guardando incólume mi amor.
Winnipeg, 20 de octubre de 1999


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