Las Asambleístas - Aristófanes
Elenco
Praxágora
Mujer
cuarta
Mujer
quinta
Mujer
sexta
Mujer
séptima
Mujer
octava
Cremes
Blépiro
Coro
PRAXÁGORA.-Bien
sentaos; y puesto que ya estamos reunidas, decidme sí habéis cumplido todo lo
que acordamos en la fiesta de los Esciros.
MUJER
CUARTA.-Yo sí. Lo primero que hice, como convenido, fue ponerme los sobacos más
hirsutos que un matorral. Después, cuando mí marido se iba al Agora, me untaba
con aceite de pies e cabeza y me tostaba al sol durante todo al día.
MUJER
QUINTA.-Yo también he suprimido el uso de la navaja, para estar completamente
velluda y no parecer en nada una mujer.
PRAXÁGORA.-¿Traeis
las barbas con que dijimos que nos presentaríamos en la Asamblea?
MUJER
CUARTA.-¡Sí por Hécate! Yo traigo esta, que es muy hermosa.
MUJER
QUINTA.-Y yo, otra más bella que la de Epícretas.
PRAXÁGORA.-Y
vosotras, ¿qué decís?
MUJER
CUARTA.-Dicen que sí, con le cabeza.
PRAXÁGORA.-También
veo que os habéis provisto de lo demás, pues traéis calzado lacedemonio,
bastones y ropas da hombre, como dijimos.
MUJER
SEXTA.-Yo traigo el bastón de Zemia, e quien se lo he quitado mientras dormía.
PRAXÁGORA.-Es
uno da aquellos bastones sobre los que se apoya para expulsar sus flatos.
MUJER
SEXTA.-Sí, ¡por Zeus salvador! Si ese hombre se pusiera la piel de Argos, sería
el único para administrar la cosa pública.
PRAXÁGORA.
-Ea, mientras todavía quedan estrellas en el cíelo, dispongamos lo que debemos
hacer, pues la Asamblea, para la que venimos dispuestas, empezará con la
aurora.
MUJER
PRIMERA.-¡Por Zeus! Tú debes tomar asiento al píe de la tribuna, frente e los
Pritánaos.
MUJER
SÉPTIMA.-Yo me he traído esta lana para cardarla durante la Asamblea.
PRAXÁGORA.-¿Durante
la Asamblea? ¿Pero qué dices desgraciada?
MUJER
SÉPTIMA.-Sí, por Artamis, sí. ¿Dejaré de oír porque esté cardando? Tengo a mis
hijitos desnudos.
PRAXÁGORA.-¿Pero
estáis oyendo esto? ¿Ponerse a cardar cuando es preciso no dejar ver a los
asistentes ninguna parte de nuestro cuerpo! ¡Estaría bonito que en medio da le
multitud una de nosotras se lanzase a la tribuna, se alzase los vestidos y
dejase ver su... Formísío . Por el contrario, sí envueltas en nuestros mantos
ocupamos los primeros puestos, nadie nos reconocerá; y si además sacamos fuera
del embozo nuestras soberbias barbas y las dejamos extenderse sobre el pecho,
¿quién sería capaz de no tomarnos por hombres? Agirrio , gracias a la barba de
Prónomo , engañó a todo el mundo: antes era mujer, y ahora, como sabéis, ocupa
el primer puesto en la ciudad. Por tanto, yo os conjuro por el día que va
nacer, a que acometamos esta audaz y grande empresa para ver si logramos tomar
en nuestras manos el gobierno de la ciudad; porque lo que es ahora ni a remo ni
a vela se mueve la nave del Estado.
MUJER
SÉPTIMA.-¿Y cómo una Asamblea de mujeres con sentimientos femeninos podrá
arengar a la masa?
PRAXÁGORA.-Nada
más fácil. Es cosa corriente que los jóvenes más disolutos sean en general los
de más fácil palabra, y, por fortuna, esta condición no nos falta a nosotras.
MUJER
SÉPTIMA.-No sé, no sé; mala cosa es la inexperiencia.
PRAXÁGORA.-Por
eso mismo nos hemos reunido aquí, para preparar nuestros discursos. Vamos,
poneos pronto las barbas, tú y todas las que se han ejercitado en el arte de
hablar.
MUJER
OCTAVA: Pero, querida, ¿qué mujer necesita ejercitarse para eso?
PRAXÁGORA.-Ea,
ponte la barba y conviértete cuanto antes en hombre. Aquí dejo las coronas ;
ahora me voy yo también a plantar la barba, por si acaso tengo necesidad de
decir algo.
CREMES.-¿Cómo
te has puesto el vestido de tu mujer?
BLÉPIRO.-Lo
cogí sin darme cuenta, en la oscuridad. Y tú ¿de dónde vienes?
CREMES.-De
la Asamblea.
BLÉPIRO.-Pues
qué, ¿se ha concluído?
CREMES.-Ya
lo creo, casi al amanecer. Por Zeus, que me he reído a gusto viendo la pintura
roja extendida con profusión por todo el recinto.
BLÉPIRO.-¿Habrás
recibido el trióbolo?
CREMES.-¡Ojalá!
Pero llegué tarde y eso es lo que siento: volverme a casa con el zurrón vacío.
BLÉPIRO.-¿Cómo
ha sido eso?
CREMES.-Luego
ha subido a la tribuna un hermoso joven, muy blanco y parecido a Nicias, y ha
empezado por decir que convenía entregar a las mujeres el gobierno de la
ciudad. Entonces la muchedumbre de zapateros empezó a alborotarse y a gritar
que tenía razón; pero la gente del campo se opuso vivamente.
BLÉPIRO.-Y
le sobran motivos, ¡por Zeus!
CREMES.-Pero
eran los menos. En tanto el orador continuaba vociferando a más y mejor,
haciendo mil elogios de las mujeres y diciendo pestes de tí.
BLÉPIRO.-Pues
¿qué dijo?
CREMES.-Ante
todo que eres un bribón.
BLÉPIRO.-¿Y
tú?
CREMES.-No
me preguntes todavía. Además, un ladrón.
BLÉPIRO.-¿Yo
solo?
CREMES.-Sí,
por cierto; y un sicofante.
BLÉPIRO.-¿Yo
solo?
CREMES.-Tú
y también, por Zeus, todos esos. (Designa a los espectadores.)
BLÉPIRO.-¿Y
quién dice lo contrario?
CREMES.-«Las
mujeres, proseguía, están llenas de discreción y dotadas de especial aptitud
para atesorar; las mujeres no divulgan jamás los secretos de las Tesmoforias;
al paso que tú y yo (añadía) revelamos siempre lo que tratamos en nuestras
deliberaciones».
BLÉPIRO.-Y
no mentía, ¡por Hermes!
CREMES.-«Las
mujeres, continuaba, se prestan unas a otras vestidos, alhajas, plata, vasos, a
solas; sin testigos; y se lo devuelven todo religiosamente, sin engañarse
nunca, lo cual no hacemos la mayor parte de los hombres.»
BLÉPIRO.-¡Por
Poseidón! es cierto, aunque haya habido testigos.
CREMES.-«Las
mujeres jamás delatan ni persiguen a nadie en justicia, ni conspiran contra el
gobierno democrático.» En fin, que concluyó concediéndoles todas las buenas
prendas imaginables.
BLÉPIRO.-¿Y
qué se resolvió por último?
CREMES.-Encomendarles
la dirección del Estado; es la única novedad que no se había ensayado en
Atenas.
BLÉPIRO.-¿Eso
se decretó?
CREMES.-Sí,
por cierto.
BLÉPIRO.-¿De
modo que quedan a cargo de las mujeres todas las cosas que estaban antes a
nuestro cargo?
CREMES.-Eso
es.
BLÉPIRO.-¿Y
en vez de ir yo, será mi mujer la que vaya al tribunal?
CREMES.-Y
tu mujer, y no tú, será la que en adelante alimente a los hijos.
BLÉPIRO.-¿Y
no tendré que bostezar desde al amanecer?
CREMES.-No,
por cierto; todo es ya cosa de las mujeres; tú te quedarás en casa con entera
comodidad.
BLÉPIRO.-Sólo
una cosa es de temer para las personas de nuestra edad, y es que en cuanto se
apoderen de las riendas del gobierno, no nos obliguen por la violencia...
CREMES.-¿A
qué?
BLÉPIRO.-A...
fornicarlas.
CREMES.-¿Y
si no podemos?
BLÉPIRO.-No
nos darán de comer.
CREMES.-Pues
bien, arréglatelas de modo que puedas... cumplir y comer.
BLÉPIRO.-Siempre
es odioso lo que se hace por fuerza.
CREMES.-Pero
cuando el bien del Estado lo exige, debemos resignarnos; hay un proverbio
antiguo que dice: «Todas las decisiones descabelladas e insensatas que tomamos
son las que suelen dar mejores resultados para nosotros». ¡Ojalá sea ahora así,
oh Augusta Palas y demás diosas! Pero yo me voy. Pásalo bien.
PRAXÁGORA.-¡Oh,
mujeres!, todos nuestros proyectos se han visto coronados por el éxito más
favorable. Antes de que ningún hombre os vea, arrojad los mantos, quitaos ese
calzado, desatad las correas lacedemonias y dejad los bastones. Encárgate tú
del tocado de esas mujeres; yo voy a entrar con precaución en casa antes de que
me vea mi marido, y a poner el manto y demás prendas en el sitio de donde las
cogí.
EL
CORO.-Ya están cumplidas todas tus instrucciones; dínos ahora lo que debemos
hacer para demostrarte nuestra sumisión, pues nunca he visto mujer más
competente que tú.
PRAXÁGORA.-Quedaos
para que me aconsejéis sobre el ejercicio de la autoridad de que acabo de ser
investida. Allá, en medio del tumulto y de las dificultades, ya me habéis dado
la prueba de vuestra gran virilidad. (Entra en su casa.)
BLÉPIRO.-(Saliendo.)
¡Eh, Praxágora! ¿De dónde vienes?
PRAXÁGORA.-¿Te
importa mucho, querido?
BLÉPIRO.-¿Qué
si me importa? ¡Vaya una pregunta!
PRAxÁGORA.-Supongo
que no dirás que vengo de casa de un amante.
BLÉPIRO.-No
de uno sólo, quizá.
PRAXÁGORA.-Pues
puedes averiguarlo, si lo deseas.
BLÉPIRO.-¿Cómo?
PRAXÁGORA.-Comprueba
si mi cabeza huele a perfumes.
BLÉPIRO.-¿Es
que los perfumes son indispensables para hacer el amor?
PRAXÁGORA.-Para
mí, sí.
BLÉPIRO.-¿Adónde
has ido tan temprano y tan calladita, llevándote mi manto?
PRAXÁGORA.-Me
ha enviado a llamar una compañera y amiga con dolores de parto.
BLÉPIRO.-¿Y
no podías habérmelo dicho antes de marcharte?
PRAXÁGORA.-Pero
hombre, ¿cómo dejarla sin asistencia en un trance tan urgente?
BLÉPIRO.-Bastaba
una palabra. Aquí hay gato encerrado.
PRAXÁGORA.-¡No,
por las dos diosas! Fui como estaba, porque me decía que acudiera a toda prisa.
BLÉPIRO.-¿Y
por qué no llevaste tus vestidos? Por el contrario te apoderas de los míos, me
echas encima la túnica y te largas, dejándome como a un cadáver, salvo que no
me has puesto coronas ni una lamparilla a mi lado.
PRAXÁGORA.-Hacia
frío, y como soy débil y delicada, cogí tu manto por llevar más abrigo; además,
marido mío, te dejé bien calientito bajo las colchas.
BLÉPIRO.-¿Y
para qué te llevaste los zapatos lacedemonios y mi bastón?
PRAXÁGORA.-Para
defender el manto. Cambié mis zapatos por los tuyos, y me fui, como si fueras
tú mismo, pisando fuerte y golpeando las piedras con el bastón.
BLÉPIRO.-¿Sabes
que te has perdido un sextario de trigo, que me hubieran dado en la Asamblea?
PRAXÁGORA.-No
te apures: ha tenido un niño.
BLÉPIRO.-¿Quién?
¿La Asamblea?
PRAXÁGORA.-No,
por Zeus, la mujer que me ha llamado. Pero, ¿de veras que se ha celebrado la
Asamblea?
BLÉPIRO.-Si,
por Zeus; ¿no recuerdas que te lo dije ayer?
PRAXÁGORA.-Si,
ahora lo recuerdo.
BLÉPIRO.-¿Y
no sabes lo que se ha decidido en ella?
PRAXÁGORA.-No.
BLÉPIRO.-Pues
hija, en adelante ya puedes quedarte ahí sentada mascando calamares; dicen que
os han confiado el poder a las mujeres.
PRAXÁGORA.-¿Para
qué? ¿Para hilar?
BLÉPIRO.-No,
por Zeus, sino para gobernar.
PRAXÁGORA.-¿Para
gobernar qué?
BLÉPIRO.-Todos
los asuntos de la Ciudad, sin excepción.
PRAXAGORA.-¡Por
Afrodita, y que dichosa va a ser la Ciudad de ahora en adelante!
BLÉPIRO.-¿Por
qué?
PRAXÁGORA.-Por
mil razones. No se permitirá a los desvergonzados que la deshonren, levantando
falsos testimonios, ni acumulando infames delaciones.
BLÉPIRO.-¡No
vayáis a hacer semejante cosa, en nombre de los dioses! ¡No vayáis a cortarnos
los víveres!.
EL
CORO.-No seas tonto y deja de hablar a tu mujer.
PRAXÁGORA.-A
nadie le estará ya permitido robar, ni envidiar a los vecinos, ni ir desnudo,
ni ser pobre, ni injuriar, ni tomar prendas a los deudores.
CREMES.-Si,
por Poseidón; grandes cosas, en verdad, con tal de que sean ciertas.
PRAXÁGORA.-Yo
os digo que las realizaré. Tú me serás testigo (Al Coro); y él (designando a su
marido) no tendrá nada que objetar.